EURACA

Seminario de investigación en lenguas y lenguajes de los últimos días del Euro. Madrid.

Mes: enero, 2016

(La) árbol y el compás gigante

Esta es la tierra de la Limia baja, regada por el río de la desmemoria, nuestro río Limia, donde vamos a seguir la vida de un ayudante de nuestro campesino, casi un familiar, el carro.

El carpintero especializado, el fragueiro, recorre la touza en busca de (la) árbol de donde va a salir el nuevo carro.

El carballo tiene que ser bien criado, regio, con cerne, para que responda a los trabajos y a los esfuerzos que se le van a pedir.

Una vez encontrado, entran en juego el hacha y el tronzador y (la) árbol cae. Decapitado, deshecho y en anacos perfectamente clasificados, (la) árbol es preparada para su transporte.

(Recua de carros de la vecindad transportan los troncos)

Los vecinos acuden con sus carros y sus yuntas para cargar los troncos y llevarlos al taller del fragueiro donde (la) árbol se hará carro para dar comienzo a su andadura.

La carretada, gratuita, se compensa con el yantar y con una buena tarde para los vecinos aquel día, casi una fiesta.

Mientras tanto, los serranchíns con la sierra de aire, van cortando las tablas para elaborar con ellas el carro y comienza el fragueiro su trabajo.

Las piezas más largas del carballo sirven para hacer las chedas, que unidas entre sí por las traviesas formarán el chedeiro del carro. Esto varía de hechura de unos lugares a otros de la Galiza pero, en líneas generales, está formado por dos largueros laterales (un perrito aparece) y una armadura central sobre la que se coloca el suelo que soportará el peso de la carga.

Importa que las medidas sean muy precisas (el carro se levanta por primera vez. Así los potros y las crías de la cerda o de la vaca) para que el carro vaya bien equilibrado, con objeto de poderlo manejar después cómodamente. Conviene tener en cuenta que un buen fragueiro no emplea nunca clavos de hierro sino solamente cuñas de madera, que son las que ligan entre sí las piezas que constituyen todo el artilugio. Estos son los carros más idóneos y los más nuestros.

Rematado el chedeiro se procede a la confección de las ruedas, que tienen que guardar proporción con el suelo por donde van a rodar y con la carga que les aguarda según las necesidades del campesino.

El eje, hecho también por el mismo fragueiro se ajusta entre las ruedas y se articula con el carro cuidando de que quede bien equilibrado para que ruede sin problemas.

Hechas ya todas las piezas queda colocarlas, cada una articulada en su sitio y en perfecta relación con la de al lado o la de debajo.

(Un cativo, que apenas camina, juega con los restos de la madera, canta un gallo, una vaca muge)

Y comienza entonces el carro su vida activa. Una mañana –el yugo a las vacas y estas al carro– sale del patio de la casa y comienza por los caminos de la tierra su rodar, su esfuerzo, su vida, que será la que lo lleve al destino final, el de todos los aperos. Pero él, como verdadero familiar del campesino, recibe un trato que no todas las herramientas rurales reciben.

(Ellas son la “rubia gallega”, hermosísima, de estupenda cornamenta, amable, trabajadora. La queríamos más que a lxs hijxs porque alimentaba a nuestrxs hijxs. Algunxs empiezan a hablar de la necesidad de recuperarla)

Ya va el carro con su carga. Puede llevar de todo: unas veces es leña; otras, patatas o maíz; otras veces, es la broza con que cubrir las cuadras o el tojo que viene del monte para ser esparcido en esas mismas cuadras. (Un horreo, a punto de morir, asoma por allá) Y el heno, el heno que ha de ser alimento del ganado durante el verano; y el colmado, la paja de verano que sale de la mies.

La trilla, fiesta y trabajo; la trilla, tarea comunitaria, una de las más alegres, una de las más esperadas por nuestros campesinos. Cada hombre (¿de verdad no hay mujeres en esa trilla?) ayuda a su vecino a trillar el grano, que sale de la mies que llevaba el carro. Los campesinos, armados con sus trillos. En retribución, se hace una fiesta, una verdadera fiesta. El cantar, las cantigas, los cuentos. Juntos en la casa del dueño de la trilla todos ellos, acostumbrados de siempre al manejo –peligroso, por otra parte– del trillo, compiten entre sí para anotar quién lo empina con más gracia y quién grita más, para ver quién es el mejor trillador.

(Viene por allá otro carro conducido por un niño)

Llevada no ya por la mano de un hombre acostumbrado al trabajo, sino por la de un picariño, cualquiera puede conducir las vacas, que tienen la mansedumbre y la fuerza de lo que es realmente grande. Un niño puede guiarlo y la yunta obedece dócil a su mandado sin que el niño tenga necesidad de un gran esfuerzo para conducirla.

Con todo, la nota más característica de este nuestro carro es que hace él mismo su camino. El monte no es para él obstáculo, no precisa vías abiertas de antemano. (Recua de carros bajando del monte, campo a través. En el carro vacío, los niños, su fiesta) Con cualquier carga, grande o pequeña, fácil o difícil, el carro sube por los montes o baja las cuestas sin necesidad de camino.

(Pena que los problemas de sonido del vídeo no nos permitan escuchar bien el llanto de los ejes, cargados de heno los carros)

El carro se aligera de su carga, el heno, la paja, la leña. Toda ella se libera en el suelo. Y mientras el hombre trabaja con el carro en sus labores, la mujer, las hijas, trabajan también. El lino, la maza del lino, tarea dura mas alegre como todos los quehaceres del campo.

(Musiquita)

Pasa el carro al lado de las mazadeiras que con su ritmo acompasan el andar de las vacas.

Y la vieja hilandera, sentada al sol, calentando sus sueños, va dando remate al trabajo de hilar.

Y la tejedora, con el lino que aquella hilandera le prestó, va tejiendo las telas que han de vestir a su familia, sus hijos, su marido, siguiendo siempre el compás de la vida, el compás de los trabajos del campo.

Mas el tiempo pasa y las dolencias comienzan a hacer mella en el carro. Un día, el eje, debilitado, se raja y el carro cae, derramando su carga sobre el suelo.

(Duele)

Y de nuevo surge el fragueiro: unos amaños provisionales, unos remedios que él sabe aplicar al carro hacen que este pueda, poco a poco y con cierto trabajo, ir rematando su carrera.

Sigue luchando hasta morir pero su muerte no es como la de los otros trebejos del campo. Una vez deshecho, conserva su chedeiro que, colgado de la pared del patio, respetado por su dueño, queda en espera de que el tiempo, poco a poco, lo haga desaparecer.

*

El carro seguirá rodando por nuestros caminos y por nuestros montes dando aire al quejido de la tierra sometida (nubarrones sobre los carros de 1941) y al canto de esperanza de un mañana que cae lejano mas seguro, hito de nuestra tierra, hito de nuestra cultura, hito de nuestra gente, de nuestros campesinos. Sigue rodando cara al porvenir.

tres poemas de Cecilia Vicuña leídos en Más plata

Bueno Venga Va

 

¿Para quién comienza verdaderamente el año nuevo?  

 

 

De Miguel Palomo, para el Euraca difuso y distribuido del 2016.